De Tokio a Hiroshima, siete días y un Japan Rail Pass II
Capítulo II: Kioto
Me desperté temprano y me dirigí a la estación de Nagoya para tomar el Shinkansen ( tren bala con destino a Kioto). Iba a pasar únicamente dos días en Kioto y no quería desaprovecharlos, además había quedado con Manami, mi anfitriona del Coach Surfing.
Llegué a la estación de Kioto una media hora o tres cuartos de hora antes que ella , sí soy una de esas personas que siempre llega antes a las citas, cargado hasta los topes como comentaba en el post anterior. Como no podía moverme demasiado, por la incomodidad más que nada, hice tiempo tomándome un café y una berlina en la popular cafetería Mister Donut, el equivalente japonés al Dunkin´ Donuts norteamericano.
Salí fuera y me encontré con ella, no sin antes quedarme a cuadros con las figuras de varios personajes de Osamu Tezuka que decoraban las inmediaciones del recinto. Tras las presentaciones pertinentes me acompañó hasta su casa para que pudiera dejar todo el equipaje. Me comentó que hasta las 11 de la noche no volvería a casa y lógicamente no me iba a dar una copia de las llaves, así que decidí dejar mi portatil en las taquillas de la estación por si lo fuera a necesitar más tarde.
No recuerdo cuando empezó a llover, pero sé que la lluvia se mantuvo gran parte del día.
Por supuesto, un poco de agua no iba a impedir que visitara los principales atractivos de Kioto, pero si que me acordé de la madre de alguien cada vez que intentaba sacar una fotografía sujetando el paraguas con la otra mano.
Si echas un vistazo al plano de Kioto, verás que los templos, pagodas y puntos de interés afloran como champiñones en zonas húmedas, por lo que decidí echar un vistazo a las zonas más cercanas de la estación y después comer temprano y planificar el resto de la ruta. No, no tenía un plan preparado, prefería descubrir la ciudad poco a poco, con tranquilidad en lugar de estar obsesionado con no perderme nada. En breve volveré a Kioto así que, al final me salió bien la jugada.
Muy cerca de la estación me encontré, casi sin quererlo, con el Higashi Hongan-ji, un imponente conjunto arquitectónico y uno de los templos con más seguidores del país. Cuando uno llega a Kioto se da cuenta en seguida de porqué es considerada la capital budista de Japón.
Deambulando casi como un pollo sin cabeza y con el hambre ya asomando, busqué un supermercado para hacerme con algo de comer. Los recursos escaseaban y no me podía permitir comer en restaurante a diario, aunque es verdad que comer fuera en Japón puede ser muy económico. Me hice con un pseudo obentou de pollo frito con arroz, por el equivalente de algo así como 3 o 4 euros.
En Japón, excepto en algunas ciudades con mucha cultura gastronómica, como Osaka, no es demasiado normal encontrarse con gente comiendo por la calle, dejando de lado, por supuesto, bonitas tradiciones como el Hanami ( la observación de los cerezos en flor) o los diferentes festivales que se organizan a lo largo del año.
Así que, para no llamar demasiado la atención, me respaldé en unas escaleras que bajaban por la ladera del río y disfruté del rancho. Como soy un culo de mal asiento, y en este caso el asiento no era de diseño escandinavo, en unos 15 minutos reanudé mi marcha.
Seguí mi marcha en busca del popular barrio de Gion, conocido como el barrio de la Maiko y las Geiko, vamos de las Geisha. Pero antes de visitarlo, con la ayuda del plano, fui descartando, casi por corazonadas, templos y santuarios para quedarme con el Kennin-ji y el Tenryu-ji, por supuesto, cada vez que veía algo que me llamaba la atención me detenía a echar un vistazo. En las fotografías no se aprecia pero por momentos llovía con bastante fuerza y era realmente incómodo tomar fotos y videos. Intenté no utilizar el metro o transporte público el primer día, lo reservé para el segundo, debido a que los lugares que quería conocer no estaban a tiro de paseo.
Se hizo de noche temprano, era invierno y llovía, así que la luz solar se apagó muy pronto. Apuré las últimas horas de la tarde en un manga café de esos con internet, en los que «alquilas» una especie de cubículo y tienes derecho a utilizar un ordenador con internet o, si te apetece, leer un manga. En la sala de relax adyacente había una máquina de café, y tiradores de zumo y refrescos. Durante el tiempo que hubieras alquilado el cubículo tenías derecho a toda la bebida que fueras capaz de ingerir.
Más de uno se echará las manos en la cabeza, ¡dios mío! En Kioto por primera vez y apurando las horas en un cyber café. Diré en mi defensa que llevaba dando vueltas como un pato mareado desde primera hora de la mañana y, llegó un punto, entrada ya la noche, que ni sabía donde ir, ni tenía ganas de intentarlo. Aún así me dio tiempo de tomar un par de curiosas fotografías antes de que venciera el día.
Terminé mi tiempo contratado en el café y cené de caliente. Creo que fue un menú de esos baratos, que consistía en un bowl de udon, un poco de arroz y alguna cosita más, y fui a casa de Manami. Esperé unos diez minutos y apareció.
Ya en su casa, hablamos un poco más. Me contó que estudiaba español en la universidad, y que tenía que alternar sus estudios trabajando en un restaurante, era por eso que llegaba tan tarde a casa. Ya me había avisado de antemano que no iba a poder dedicarme mucho tiempo, pero aún así, se ofreció para que comiéramos juntos al día siguiente.
Nada más despertarme, me asomé por la ventana, y descubrí que iba a tener mucha más suerte. No llovía en absoluto, y aunque no era un día de esos soleados que tanto gusta a la gente, si que resultó ser un día fantástico para salir a fotografiar y descubrir nuevos lugares.
Salí de casa con el siguiente plan, seguir explorando el centro de Kioto hasta la hora de comer, sobre las 12, y ya por la tarde visitar dos de los emblemas de la ciudad, el Kinkaku-ji ( el Pabellón Dorado) y el Ryoan-ji, conocido mundialmente por su jardín seco.
Recuerdo con cariño ese almuerzo que disfruté con Manami, ya que fue la primera vez que probé el Katsudon ( a día de hoy es uno de mis platos preferidos), un bowl de arroz con un filete de cerdo empanado en la parte superior, acompañado de salsa dulce y un huevo dejado caer. ¡Delicioso!
El primer destino era el Pabellón Dorado, rematé las últimas gotas del café de Starbucks y volví a la estación para intentar encontrar el autobús que me llevará allí. No fue demasiado difícil ya que era el autobús más solicitado. Llegamos a las inmediaciones del templo y tras maravillarme con la belleza de la naturaleza en el ocaso del otoño japonés, recibí una bofetada visual como pocas veces me había ocurrido. El Kinkaku es uno de las estampas típicas de Japón, uno de los edificios, Patrimonio de la Humanidad, más visitados y más conocidos, pero aún así, el impacto que uno recibe cuando está en frente de él es difícil de describir.
Algo similar ocurrió cuando llegué al famoso jardín Zen. Aunque a mi pesar, no estoy muy metido en temas espirituales, la tranquilidad y paz que se respira en un jardin como este, no es fácil de transmitir con palabras. No importó el hecho de que hubiera un buen número de visitantes a mi alrededor, aislado con mi música y mis cascos, disfruté muchísimo esos momentos de tranquilidad.
Así consumí mis últimas horas en Kioto, pensando que me había dejado muchísimas cosas por ver, imaginando como debía ser esta ciudad en marzo con sus cerezos en flor.
Volví a casa de Manami, y, tras explicarme y anotar en mi libreta como llegar a Kobe, me acosté.
Como siempre gran post, esperando los siguientes capítulos
Gracias! quedan un par de capítulos del viaje y tengo ya listo un “post anécdota” bastante curioso…
Una fotos preciosas, si ya tengo ganas de visitar Japón, con esto se me ponen los dientes mas largos…. también espero los siguientes capítulos
Muchas gracias! me alegro de que te gusten. Voy tirando de memoria y recuperando aquel viaje que hice con tanto cariño. En breve publicaré el próximo capítulo…
Me encanta la foto del puente junto al paseo del río. Coincido contigo en el katsudon 😉
Gracias! jeje, sí me pirra el katsudon 🙂 y esa foto es de mis favoritas sin ninguna duda
Genial, estoy empezando a leer tu blog desde mis primeros comentarios y mis gnas de ir solo van en aumento.
Una preguntilla.. de que va eso de las mascarillas?(como la del ciclista de la foto) Me he hartado a verlas y no sé el porqué..
¡Gracias por leer! Pues las mascarillas tienen varios propósitos, pero normalmente las usa la gente por tres:
1. para no pillar un virus o constipado ya que es una putada faltar al trabajo (dejas de cobrar)
2. para no contagiar el virus que ya tienes
3. para evitar alergias
Desconozco si hay más motivos…
¡Saludos!
Es lógico, aunque da una imagen un tanto estéril, como los hospitales (me da un poco de repelús ese ambiente tan esterilizado..)
Hola! Llevo tiempo siguiendo tu blog y viendo las entradas nuevas, ayer viendo las recetas me entró curiosidad por ver las publicaciones antiguas y vaya! Eres capaz de crear la adicción de un buen libro, no puedo dejar de leer! Las fotos preciosas, me encantan!
Hola Sandra! Gracias por el halago 🙂
Me alegro de que te enganchen los posts, buena señal 😉
Saludos!